"Durante los siglos posteriores la filosofía se desarrolló a un nivel diferente, puesto que en
Tras una serie de transformaciones en esta religión y tras
severas ideologías, surgieron dos concepciones sobre el buen cristianismo, las
cuales se resumen en el Voluntarismo (San Agustín de Hipona) y el
Intelectualismo (Santo Tomás de Aquino). El sistema ético se basa en el amor al
prójimo entendiendo la divinidad y la existencia de Dios y su mensaje. El ser
humano es el centro de la creación que ha hecho Dios, por eso somos distintos a
los demás seres vivos. La felicidad entonces, se alcanza cuando nos unimos con
Dios y creemos en la vida eterna después de la muerte. La vida en la tierra es
solo una etapa en la que hay que sembrar amor en los corazones de la gente,
como buen cristiano que cumple los mandatos de Jesús. Los aspectos afectivos
del comportamiento se basan en virtudes como son la fe (Creencia en Dios), la
esperanza (Confianza en la vida eterna) y la caridad (Amor fraternal entre
personas). Centrándonos en las dos corrientes filosóficas que se dieron,
primero vamos a tratar el Voluntarismo Agustiniano que tiene como inspirador a
San Agustín de Hipona. Él piensa que la naturaleza humana ha sido creada buena
por Dios, pero fue hecha mala por el pecado. Como consecuencia, el ser humano,
en su origen, debido al pecado ha perdido la rectitud moral y con ella la
felicidad, pero no perdió la voluntad de ser feliz. La libertad no es elección
del mal, sino para el bien. Esta libertad se ha perdido por el pecado, pero
Dios debe hacer que la adquiramos de nuevo para tener felicidad y libertad
(libre albedrío). Por eso, la voluntad del ser humano debe ser ayudada por
Dios, mediante la fe, salvación que Dios nos da a todos no por nuestros
méritos, sino por nuestra confianza y deseo de felicidad.
En cambio, la corriente intelectualista (Intelectualismo
Tomista) de Santo Tomás de Aquino, sigue el intelectualismo de la filosofía
griega que consideraba a la razón rectora de todo conocimiento. La influencia
grandísima que provocó Aristóteles en este filósofo se dejó ver porque, en
coincidencia, también Santo Tomás aludía a que el objetivo de la actividad
moral es alcanzar la perfección que corresponde a la naturaleza humana. Él
considera que el hombre tiende naturalmente a la felicidad y el análisis de la
naturaleza humana es el que nos permite conocer a la perfección las normas
morales que se encargarán de regir nuestra propia moral y personalidad. Uno de
los primeros principios morales se basa en el precepto “Haz el bien y evita el
mal”. La corriente intelectualista entiende por bien todo aquello que todos
buscan y esperan conseguir, todo aquello que la razón descubre como propio del
ser humano. La manera con que actúan las cosas es así porque así se lo ha
impuesto el destino, es su ley natural. La felicidad que el ser humano puede
conocer y alcanzar en la vida es la perfección, o felicidad natural, pero está
llamado a la felicidad constante. Para conocer y conseguir esto, la razón
necesita la ayuda de la fe, porque la felicidad completa solo se puede
encontrar en Dios. Santo Tomás concedió una atención muy particular a la Moral Política. Las acciones
del gobierno han de ajustarse a los principios universales éticos. La justicia,
que consiste en dar a cada uno lo que se merece, garantiza el bien común cuyos
objetivos son la paz, la moralidad y los medios necesarios para vivir una vida
corta pero a la vez intenta y llena de paz, felicidad y amor. La contemplación
de Dios es el fin último del ser humano y la felicidad completa se basa en esta
contemplación, que nos hace ser buenos fieles seguidores de la ley natural,
algo parecida a la escuela helenística estoica. Las teorías éticas que entran
en el periodo de la
Modernidad , comienzan por el elocuente filósofo francés del
Renacimiento, René Descartes, a quien se le considera padre de la geometría
analítica y de la filosofía moderna, aparte de uno de los más destacados
pensadores de la Revolución Científica.
Fue el creador del conocido Racionalismo (Concebir las cosas en conformidad con
la razón), y completo adversario de los filósofos empiristas, los cuales
defendían lo contrario, que las cosas deben concebirse en conformidad a los
sentidos y a la experiencia. Descartes propone una moral provisional, con
varias reglas para ser feliz, ya que es el último fin humano. Hay que seguir
las leyes y costumbres del país, ser firmes y tenaces con las decisiones
tomadas libremente, aceptar con buen ánimo los avatares de la vida, y sobre
todo revisar las diferentes ocupaciones a que se dedican los hombres para
elegir la mejor felicidad. Como uno de los mayores antagonistas al sistema
filosófico de Descartes (conocido universalmente con su frase “Pienso, luego
existo”), destaca el empirista inglés David Hume. Este filósofo simplemente
defendió que la moral deriva de la inclinación y del sentimiento. El fundamento
del valor que atribuimos a las virtudes reside en su utilidad (tanto individual
como social), y en que nos resulten agradables a nosotros mismos o a los demás.
Junto al egoísmo personal, existe un sentimiento natural de empatía (el hecho
de ponerse en el lugar del otro), pues la felicidad individual es inseparable
de la colectiva, lo que se ve reflejado con el emotivismo (parte de la
metaética que sostiene que los juicios de valor proceden de las emociones
individuales y entonces el fin será persuadir a los demás para que sientan como
sentimos nosotros) y el utilitarismo (procurar el bien a la sociedad para ser
felices por nosotros mismos y aparte por hacer el bien) morales. El supuesto
contrato social no explica la formación de las sociedades (en contraposición a
Locke), sino la utilidad de las instituciones del momento histórico. En su
ética también abunda la política y él alude a que el Positivismo Jurídico es
relativo, no hay que buscar la legitimidad del poder perfecta, sino que el
poder se va legitimando a partir de sí mismo mediante revoluciones,
insurrecciones militares, golpes de estado, conquistas y un largo etcétera. La
modernidad y los planteamientos contemporáneos tienen una serie de
características como son la aparición de viejas tendencias ético-cívicas, el
surgimiento de nuevos problemas planteados por cambios sociales, técnicos,
científicos y un largo etcétera, y sobre todo por la especial atención a
virtudes humanísticas, tales como el conocimiento, la solidaridad y un largo
etcétera.
La reflexión ética del Siglo XVIII se centra en la Ilustración , etapa de
máximo esplendor de la cultura europea, que comenzó por desarrollarse
principalmente en Francia, aunque se fue extendiendo por todo el resto de
continente, la cual tenía las raíces en los pensadores racionalistas y
empiristas del siglo anterior. El pensamiento ilustrado se basaba en la razón
como instrumento crítico dirigente de todo conocimiento humano para la
comprensión científica de todo cuanto nos rodea, y el espíritu crítico, lo que
se desarrolla con el ejercicio de la razón y que puede poner en tela de juicio
moral todo aquello que no se corresponda con el entendimiento razonable. Las
aportaciones de la
Ilustración constituyeron un frente de oposición para las
instituciones del Antiguo Régimen, frente al que los ilustrados se mostraron
críticos y revolucionarios, aparte de expansionistas de la revolución cultural,
que pretendía el progreso y la modernización de la cultura occidental. En 1751,
los filósofos ilustrados Diderot y D´Alambert fundaron la Enciclopedia para
educar al pueblo, puesto que ese era el mejor remedio para erradicar el absolutismo,
aunque esta fue rechazada por los defensores del pensamiento tradicional. Las
personas debían ser capaces de leer, escribir, tener sus propias ideas y tener
la capacidad de manifestarlas, y así fue, pero hubo otros tres filósofos que
también influyeron mucho en estos pensamientos revolucionarios: Voltaire (Trató
sobre las relaciones entre ética individual y social), Montesquieu (Trató sobre
las relaciones entre ley moral y ley política) y Rousseau (Trató a la
naturaleza y a la sociedad como conceptos totalmente opuestos). La Ilustración es una
vuelta al renacimiento, en la que se admira la cultura clásica y surge de nuevo
la democracia moderna tras grandes revoluciones políticas como serían la Rev. Francesa de 1789, y las
Revoluciones de 1820, 1830 y 1848 (Primavera de los pueblos). El primer
filósofo moderno más influyente, Immanuel Kant (1724-1804) renovó totalmente el
modo de pensar acerca de la filosofía, y sobre todo de este campo de la ética.
Kant propone una ética procedimental, en la que no se señala cuales son las
normas que se deben adoptar ni dice cuales son los fines de la vida de las
personas, sino que su ética formal solo pretende determinar el procedimiento
para la fundamentación de normas. Las tres preguntas de Kant se resumen en:
¿Qué puedo saber? (Crítica de la razón pura), ¿Qué puedo hacer? (Crítica de la
razón práctica) y ¿Qué puedo esperar? (Crítica del juicio). Estas tres
preguntas se resumen en una… ¿Qué es el hombre? Algo sin contestación
científica totalmente verdadera. Entonces… ¿Qué se debe hacer?, ¿Qué
condiciones debe tener una norma moral para que pueda obligar? Para empezar, la
norma moral tiene que tener validez universal, es decir, válida para todo el
mundo, sin excepciones. Toda ética que tenga preferencias subjetivas y no
universales, no sirve para nada, como por ejemplo las éticas naturalistas, muy
egoístas, y una norma moral no se puede basar en el simple interés. Por lo
tanto este propone una ética procedimental, deontológica y formal, es decir,
que nos lleve a actuar siguiendo los dictados de la razón, haciendo el bien
porque es bueno en sí, y no por los caprichos personales que nos pueda dar. El
procedimiento para saber si una actuación subjetiva es una norma moral es la
universalizabilidad, el hecho de hacer lo que el deber te implante, y que lo
que puedas hacer tú, lo pueda poder hacer todo el mundo. El sujeto, por lo
tanto, debe ser libre para poder cumplir su deber, sin libertad no se puede
realizar esta vida. La moral de Kant, en resumidas cuentas, es una moral del
deber, lo bueno es cumplir el deber, hay que conocer los procedimientos para
establecer qué es lo correcto o el deber en general, y no en casos
particulares, hay que tener unos principios básicos del deber. A la vez que una
moral del deber, la de Kant es una moral de la Intención , puesto que lo
que de verdad importa es la buena voluntad sin importar en sí el fin, sino por
el hecho de querer hacerlo bien. La ley moral fundamental es el Imperativo
Categórico. Este imperativo kantiano representa el mandato objetivo que recibe
la voluntad y afecta a toda ella. En este sentido, los imperativos son leyes
universales. Al analizar los distintos tipos de mandatos imperativos, Kant
distingue entre imperativos hipotético y categórico. Los primeros ordenan lo
que ha de hacerse si se quiere alcanzar algo, y los segundos ordenan
simplemente lo que hay que hacer para obrar bien. Un ejemplo bastante bueno
sería el ejemplo siguiente: SI QUIERES
APROBAR EL EXÁMEN, DEBES ETUDIAR, sería un mandato hipotético, mientras que
el mandato categórico sería: DEBES
ESTUDIAR. Según Kant, el imperativo moral es categórico, es decir, expresa
el mandato o la obligación sin ninguna condición. El hombre lo reconoce y de
esta manera se siente responsable ante él por ser libre. En este filósofo importantísimo,
uno de los cuatro pilares de la historia de la Filosofía Universal ,
(Junto con Sócrates, Platón y Aristóteles), encontramos tres formulaciones:
“Obra según una máxima
tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”, “Obra de tal manera que trates siempre a la Humanidad , sea en tu
persona o en la de otro, como un fin y que no te sirvas jamás de ella como de
un medio” y “Obra de tal manera que
tu forma de actuar pueda servir como norma universal de conducta”.
Aunque Kant pasó la mayor parte de su vida enseñando en la universidad
de su ciudad natal (Konigsberg), no
por ello fue ajeno a los grandes acontecimientos de su época, como
Europa en el siglo XV