"Retomando el camino de la filosofía, hoy desde el Romanticismo"
¡Hola, queridos lectores mundiales! Mi periodo de inactividad en este blog acerca de mi hija la Fª Metahipnótica se debe a mi estancia y dedicatoria a una serie de proyectos que me han permitido volver más fuerte con todos vosotros. Mis menesteres se dividen en cinco, ahora mismo: la Universidad de La Rioja (Geografía e Historia), la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Coaching), el Proyecto YUZZ (Management), la Metahipnótica (Filosofía) y la candidatura a las elecciones a la Defensoría Universitaria de la UR este 2016 (Política). No obstante, la filosofía onírica Metahipnótica merece más repercusión por aquí que por otro camino de ponencias o ventas.
Me gustaría, a mi vuelta, trabajar una cuestión que cada vez se oye más en boca de profesionales de la literatura y el pensamiento, y es el concepto de que somos hijos de una etapa histórica convulsa e irracionalista. Allá cada cual con su opinión, pero lo único cierto es que hay que analizar, al menos por encima, este tema, desde su génesis. El siglo XIX es la
centuria decimonónica, sinónimo de “transformación”. Este tiempo supone un
antes y un después en el ejercicio del pensar la realidad. Este
siglo, pues, se abre con una corriente de pensamiento denominada Romanticismo
que se basa en la libertad tanto individual como colectiva en busca de una
identidad (como personas y como Estados). No obstante, a mediados de este
siglo, la burguesía abandona el espíritu renovador y busca la moderación: es en
este momento cuando nace el Realismo, un movimiento más apropiado para una
época que ya busca la estabilidad. Dentro de este último citado, el Realismo,
se dará el Naturalismo a finales de siglo como una radicalización. A
nivel socio-político reinan las inestabilidades y revoluciones políticas
(movimientos democráticos, liberalismos, nacionalismos, socialismos,
anarquismos…). A nivel económico reina el fenómeno de Industrialización (producto
de la Revolución Industrial iniciada durante el siglo anterior), que traerá
como fruto un nuevo sistema económico: el Capitalismo, donde la burguesía es el
poder económico y el proletariado es la emergente y nueva clase social
empobrecida y trabajadora. A nivel filosófico-cultural reinarán, no obstante,
los tres “maestros de la sospecha” (K. Marx, F. Nietzsche y
S. Freud), entre otros como F. Hegel, A. Comte, A. Schopenhauer, S. Kierkegaard,
etc.
Pero, realmente... ¿Qué se entiende por Romanticismo? Se
entiende por Romanticismo el movimiento ideológico, cultural y artístico con el
que irrumpen en el siglo XIX los principios de individualidad, libertad y
creatividad. La
característica más definitoria del Romanticismo es el conflicto entre el “yo" (lo subjetivo) y el mundo
(lo objetivo). El romántico tiende a proyectar su “yo” espiritual sobre su
entorno, y ahí es donde nace el idealismo romántico. A partir de este momento,
cuando se observa la imposibilidad de realización de estos objetivos dados a
luz por esos ideales utópicos, se cae en el desaliento romántico, es decir, en
el desánimo. De esta manera, el romántico se caracteriza por ser un personaje
que exterioriza su “yo” para transformar la realidad…, y es:
1. Individualista:
El romántico es un individuo único y, por tanto, se siente el centro del
universo. Pero él quiere transmitir ese sentimiento, y encontrará la manera:
crear una obra artística. Esto es rupturista con la idea del convencionalismo
en busca de lo original e insólito.
2. Libre:
El romántico es un ser que grita en rebeldía, así que necesita libertad: para
él, es el valor máximo de la vida humana. La lucha por la libertad (autonomía
personal) aparece en esta corriente de pensamiento como el primer paso en el
camino emancipador del ser humano. Se trata, sobre todo, de una exaltación de
las potencialidades del “yo”. Una consecuencia de ello será la exaltación de la
libertad artística: el romántico concibe el arte como plasmación personal de
vivencias y sentimientos (será por eso, en parte, por lo que se rechazarán las
reglas de espacio-tiempo tenidas en cuenta en la etapa neoclásica por
considerarlas un obstáculo para la capacidad creativa del artista.
3. Dinámico:
El romántico valora el mundo en lo que tiene de cambiante. De ahí el valor que
adquiere la historia como ejemplo del continuo fluir de la humanidad: el
artista romántico es un entusiasta de los viajes que recogen las leyendas, las
costumbres, las tradiciones populares y el folclore, sobre todo.
4. Apasionado:
El romántico sabe que, tanto en la vida como en la literatura, el amor es
apasionado, irracional y turbulento: un ser que alimentamos en nuestro interior
y, cuando dejamos de hacerlo, nos deja de alimentar él a nosotros, lo que
desemboca, frecuentemente, en la muerte. Es un impulso ineludible. Este
sentimiento se desdobla en dos formatos de aparición: el sentimental y el
pasional. El primero consiste en una actitud de melancolía y tristeza
(desemboca en el característico desaliento romántico culminado en la obra de G.
A. Bécquer); mientras que el segundo consiste en una actitud rupturista frente
a las convenciones sociales (es pura y absoluta evasión de la realidad, tanto
así que el romántico se deja dominar pasionalmente por él hasta llegar incluso
al suicidio,
culminado en M. J. De Larra).
5. Trascendente:
El romántico vehiculiza las ideas revolucionarias de la sociedad y establece
unos criterios de valoración que se extrapolan a los nacionalismos y
regionalismos (la libertad se contagia del plano personal al colectivo).
Mario Sáenz Martínez
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